Generalmente la idea de un viaje surge al concluir algún otro y este concretamente, empezó a asomar por mi cabeza al regreso de recorrer, junto a Aurora, la isla de Cuba en bicicleta -¿Por qué no Vietnam ?-.
Enseguida se sumo al proyecto Jokin, ese Jokin que se apunta a un bombardeo, el mismo que en cierta ocasión se apunto a realizar una caminata por los Anapurnas, pensando que estos se encontraban al Sur de Sierra Nevada. Más tarde se enteraría que entre Anapurnas y Alpujarras distaban algunos kilómetros.
Un mes antes de nuestra partida, a Belén le seduce la idea, consulta su calendario y finalmente se anima.
No sé si por el abuso del alcohol o por alguna otra razón, pero una noche de jaiak en Agurain un gusanillo parece comerle la oreja a alguien. A la mañana siguiente, por el móvil, la voz resacosa de Carlos: -¿todavía estaremos a tiempo para lo de Vietnam?-
Fue así como Curtis, Guau y Carlos se sumaron a la idea de recorrer este país en bicicleta. -¿Sería siete un grupo demasiado numeroso?- Pronto comprobamos que no.
Son las cuatro de la tarde cuando aterrizamos en el aeropuerto de Ho Chi Min (antigua Saigón), por lo que decidimos desembalar las bicis y pedalear hasta el centro de la gran ciudad. De inmediato nos vemos envueltos en medio de una marea humana a bordo de bicis y motocicletas. Parece ser la hora punta y necesitamos los cinco sentidos para no provocar la primera montonera.
Paseamos por la bulliciosa ciudad a la espera del comando Agurain al día siguiente.

Delta del Mekong.

A golpe de pedal dejamos atrás la moderna Saigón, pero el estresante tráfico con sus incesantes bocinas nos acompaña buena parte de la ruta. Casas, tiendas y talleres se agolpan en las cunetas de las pocas carreteras que discurren por este mundo inundado. Curtis tiene la oportunidad de comprobar lo difícil que resulta tener un mínimo de intimidad, cuando sus tripas le avisan que tiene que correr detrás de una palmera.


Las paradas suponen un pequeño descanso para las piernas pero no así para nuestros cuerpos, que son rodeados a los pocos minutos de bajarse de la bici por decenas de críos que miran, gesticulan y ríen cada vez que alguno osa en estirar de los pelos de nuestras velludas piernas.
Tratamos de dar el esquinazo al denso tráfico y buscamos caminos alternativos. En uno de estos, nos topamos con un grupo de jóvenes jugando al volley-ball. No nos hacemos de rogar cuando nos invitan a jugar y enseguida todo el pueblo se reúne para ver en directo el Euskadi-Mekong. Niños y mayores se destornillan de la risa cada vez que el balón se acerca a las manos de Curtis (un tío de 1,90cm en el Sur de Vietnam no debe ser muy común). Mientras tanto, el banquillo visitante es asaltado por las mujeres del lugar ofreciendo algún retoño y estirando fuertemente de nuestras largas narices a fin de comprobar que éstas, están realmente pegadas al resto de la cara.


La carretera que discurre paralela al gran río nos lleva hasta Chau Doc (frontera con la vecina Camboya). Durante los cinco días de pedaleo nos hemos cruzado con cantidad de barcos cargados de arroz, bananas, etc, y parece una idea sugerente realizar el camino de vuelta a bordo de alguno de estos.
Tras una pequeña visita al monte Sam (único paraje elevado de la región) y disfrutar de unas estupendas vistas del Delta, nos dirigimos a lo que por entonces nos parecía una empresa fácil: encontrar un barco que nos baje por el río.

La barrera del idioma nos lleva de nuevo a jugar al dicciopinta: -Un barco, seis bicis, seis muñecos, donde estamos y dónde queremos llegar-. Todo parece de lo más sencillo pero no lo es.
Después de varias horas de negociación, Guau, que por entonces empezaba a ganarse el sobrenombre de “el conseguidor”, logra un barco y un precio razonable. Una relajante jornada navegando nos devuelve ya de noche a Cam To. Dejamos el poblado Delta, sus múltiples artes de pesca, sus mercados flotantes y regresamos a Saigón.

De Saigón a Na Trang.


Tras reunirnos con Belén, proseguimos en pelotón de siete rumbo Norte. Primero hacia las montañas del interior.

El paisaje cambia bruscamente. De las plantaciones inundadas de arroz, pasamos a
campos de café, té, maíz... De una orografía totalmente plana a las cuestas. Del denso tráfico a la tranquilidad. Del calor sofocante al aire fresco. La comida ¿qué decir de la comida?...
Cuando se trata de dar pedales la ingesta de alimentos se convierte en un tema prioritario. Por ello, las pho (sopas) de los primeros días no parecen muy energéticas para esta empresa. Además sólo parecen agradarle a “la hormigonera Jokin”.
No dominamos su idioma pero ellos tampoco el nuestro, así que lo más práctico resulta una vueltecita por la cocina, abriendo pucheros y señalando aquello de mejor pinta. En otras ocasiones encontramos cartas en un idioma totalmente ininteligible, por lo que recurrimos de nuevo al dicciopinta o simplemente nos la jugamos cerrando los ojos y señalando allí donde caía el dedo.
En cierta ocasión, en la que parecía que nada podía fallar; (restaurante para guiris, tenedores, carta bilingüe...) al tratar de explicar al camarero la falta de una ración, que había servido tres y pedimos cuatro, cual fue la sorpresa, tras una larga espera, al ver aparecer al susodicho con cuatro nuevas raciones de comida, pues cuatro fue el último número en escuchar. A partir de aquí decidimos no dar más explicaciones de las realmente necesarias.
Unos días de ligeras subidas nos conducen hasta Dalat, principal centro turístico de montaña. Nos desencanta un poco el lugar, después de haber leído tanto sobre la que los franceses denominaron la Petit París.
Una jornada de largo descenso nos lleva hasta Pha Rang donde nos bañamos por primera vez en el Mar de China. A pesar de ser Domingo, los pescadores salen a faenar en unos diminutos botes de mimbre alquitranados de forma circular.
El viento sopla del Norte, por lo que los siguientes días hasta Na Trang se nos hacen un poco cuesta arriba.
No obstante la principal carretera que atraviesa el país se presenta de lo más entretenida y nos divierte comprobar cómo todavía deambulan viejos autobuses, cómo se puede viajar cuatro en moto o cómo se las ingenian para transportar todo tipo de mercancías: cerdos en moto, patos y gallinas en bicicleta y un largo etc.


En Na Trang llega el momento de separarse. Belén y el trío de Agurain disponen de menos días de viaje, por lo que deciden adelantarse para ver las cosas un poco más deprisa. De momento nosotros nos tomaremos un día de descanso.

De Quang Ngai a Hue.

En un incomodo autobús damos un salto hasta Quang Ngai. Continuamos pedaleando pero ahora solos, -se hecha de menos la compañía de días atrás-.

Por internet sabemos que la avanzadilla “goza” de una meteorología adversa en el centro del país. De momento somos algo más afortunados y podemos seguir pedaleando hasta Hoi An. Este lugar, uno de los pocos que
salió indemne de los continuos bombardeos de los F-52 norteamericanos, conserva todavía gran encanto, por lo que decidimos darnos otra jornada de descanso. Aprovechamos para visitar My Son, ruinas de la antigua civilización Cham.

Continuamos ruta, ahora pedaleando paralelos a larguísimas playas hasta Danang. Pero estamos en el centro del país y por estas latitudes es temporada de lluvias por lo que tras unos días de buen tiempo comienza a diluviar. Agachamos las orejas y en tren hasta Hue donde bajo un torrencial aguacero visitamos la ciudad imperial y alrededores.

De Ninh Binh a Hanoi.

Pasamos noche en las cómodas literas del Expreso de la Reunificación (así se denomina al tren que une las dos capitales del país) y nos apeamos en Ninh Binh.
Las bicicletas, que en un principio, las estrictas normas ferroviarias nos obligaban a facturar hasta Hanoi, bajan con nosotros. Nos alegra puesto que nos habíamos acostumbrado a su ritmo lento de ver las cosas.
Ninh Binh recibe el nombre de “la Halong Terrestre” y el lugar lo merece por lo que nos perdemos durante dos días por este laberinto kárstico.

Es en éste lugar donde se reafirma una sospecha que hacía tiempo nos venía invadiendo. Teníamos dudas de que muchos vietnamitas supieran lo que significaban una serie de frases hechas en inglés, con las que continuamente éramos interrogados. Nuestras dudas se disiparon cuando un joven se acercó a Jokin – what´s your name?- mientras señalaba insistentemente el reloj. A partir de entonces cada vez que nos preguntaban nuestros nombres, contestábamos –las cinco y cuarto-.

Después de algo más de mil kilómetros y de sucesivas averías mecánicas, llegamos en nuestras maltrechas bicicletas a la capital de Vietnam.

Hanoi y bahía de Halong.

Nuestra primera sorpresa al llegar a Hanoi es encontrarnos tan pronto con Belén, quien nos narra la odisea que han vivido en un intento de llegar al Norte en bici. Las malas condiciones (lluvia y barro hasta las orejas) les han obligado a darse la vuelta. Por lo que un día antes de lo acordado estamos de nuevo todos juntos para hacer la despedida que teníamos pendiente. Despedimos así a nuestros compañeros que vuelven para casa.


Aunque pueda parecer increíble, el estomago de Jokin, también sabe de indigestiones, por lo que tras un día convaleciente en cama, decidimos cambiar los planes y dirigirnos a lo que iba a ser la guinda del viaje: la Bahía de Halong. Durante tres días disfrutamos del lugar que representa el destino predilecto de todo aquel que viaja a Vietnam. Pronto averiguamos por qué.

Esta bahía con sus más de 3000 islotes de origen kárstico, constituye un auténtico paraíso. –si pudiéramos cambiar nuestras bicis por unas piraguas para recorrer el lugar...-

Las montañas del Norte.

Continuamos ruta sobre dos ruedas pero ahora a lomos de dos viejas motos rusas. Acoplamos las alforjas en la moto y salimos hacia el Norte. Los primeros kilómetros los peores (embrague, marchas, frenos al revés...) en medio de un denso tráfico. Además este día somos testigos de un accidente de moto, en el que el piloto yace en el suelo ante la mirada pasiva de la muchedumbre. Nos acercamos, le atendemos, pero muy poco podemos hacer, por lo que en cuanto aparece la poli desaparecemos. El altercado nos hace conducir con más prudencia todavía.
Nos internamos en las montañas y la carretera se torna solitaria. Los rasgos de la gente empiezan a cambiar. No obstante en esta región fronteriza con China y con Laos, alberga a medio centenar de minorías étnicas. Estas viven en unas condiciones difíciles, pues al duro clima y abrupta orografía, se les une la represión por parte de la cultura mayoritaria viet, obligándoles a abandonar comportamientos culturales muy arraigados y a sustituir su forma de vida nómada por otra sedentaria.
El frío y la humedad encima de la moto nos obligan a
abrigarnos con toda la ropa que llevamos en las alforjas. Nos reímos al recordar cuando nos avisaban del frío que hacía en el Norte de Vietnam y de nuestra orgullosa contestación: -“en nuestro pueblo sí que hace frío”. Ahora cuando muertos de frío observamos como niños con poca ropa y los pies descalzos corretean a nuestro alrededor, comprendemos lo afortunados que somos al vivir donde y como vivimos.
El viaje en moto no resulta menos duro que la bici, pues aunque no debamos dar pedales, el mal estado de las carreteras (muchas de ellas en construcción) hacen que las etapas no sobrepasen los cien kilómetros. De esta forma llegamos al famoso pueblo de Sapa, donde todos los fines de semana multitud de gente de diferentes etnias bajan de las montañas al mercado ataviadas con sus ropas tradicionales. Algunas mujeres lucen un lacado de color negro en los dientes, símbolo de belleza y elegancia.

Final de viaje. Hanoi.

Nunca me han atraído las grandes ciudades, pero Hanoi parece tener un encanto especial.
A pesar del bullicio y de la hiperactividad de sus habitantes, nos relaja pasear de madrugada y contemplar como gente de todas las edades inunda aceras y parques para correr, jugar al bádminton o hacer taichi. Mientras tanto el centro de la ciudad empieza a convertirse en un gran mercado, en el que cada calle (divididas por gremios)
ofrece
género que podría abastecer a toda la población durante varios años.

Llega el momento de la vuelta a casa. Dejamos atrás un pueblo amable y trabajador, que se recupera poco a poco de los horrores de varias guerras. Es mucho lo que deben haber sufrido, por lo que nos extraña que sus caras no reflejen odio ni rencor y sí esa sonrisa que nos llevaremos para siempre.


Tam biet Viet nam.

Datos de interés:

- No parece que exista una época ideal para viajar por Vietnam, pero el verano no será la ideal si queremos pedalear por el Sur. En las fechas que estuvimos (del 2 de Noviembre al 20 de Diciembre) era temporada seca en el Norte y Sur y de lluvias en el Centro.
- Fuera de las zonas turísticas el idioma se presenta como el principal problema. Una libreta con unas cuantas palabras en vietnamita pueden sacarnos de algún apuro.
- No se necesita un gran equipaje, además en los mercados se puede encontrar absolutamente de todo.
- Resulta fácil cambiar de euros a dong en cualquier banco, así como sacar directamente en moneda local

de cualquier cajero automático. (un dólar/euro – 15000 dong)
- No resulta un país caro si no se buscan grandes comodidades.Nuestro presupuesto diario era de unos doce euros por persona.
- Llevamos viejas bicis de monte (rueda ancha recomendable) que luego dejamos allí. En algo más de mil kilómetros, tuvimos varias averías mecánicas: (holgura en el pedalier y dirección; rotura de cadena; pinchazos; radios rotos...), pero nada que no pudieran arreglar los ingeniosos mecánicos.
- Para desplazarse por el país recomendamos el tren frente al autobús, más rápido y mucho más cómodo. No hay problemas para llevar la bici en él.
- Conviene dejar algo de dinero para compras al final del viaje, porque se pueden encontrar cosas muy económicas. Reserva 14 dólares (tasas de aeropuerto) para salir del país.

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