
Nunca me han atraído las grandes ciudades, pero Hanoi parece tener un encanto especial.
A pesar del bullicio y de la hiperactividad de sus habitantes, nos relaja pasear de madrugada y contemplar como gente de todas las edades inunda aceras y parques para correr, jugar al bádminton o hacer taichi. Mientras tanto el centro de la ciudad empieza a convertirse en un gran mercado, en el que cada calle (divididas por gremios)
ofrece

género que podría abastecer a toda la población durante varios años.
Llega el momento de la vuelta a casa. Dejamos atrás un pueblo amable y trabajador, que se recupera poco a poco de los horrores de varias guerras. Es mucho lo que deben haber sufrido, por lo que nos extraña que sus caras no reflejen odio ni rencor y sí esa sonrisa que nos llevaremos para siempre.
Tam biet Viet nam.