Delta del Mekong.

A golpe de pedal dejamos atrás la moderna Saigón, pero el estresante tráfico con sus incesantes bocinas nos acompaña buena parte de la ruta. Casas, tiendas y talleres se agolpan en las cunetas de las pocas carreteras que discurren por este mundo inundado. Curtis tiene la oportunidad de comprobar lo difícil que resulta tener un mínimo de intimidad, cuando sus tripas le avisan que tiene que correr detrás de una palmera.


Las paradas suponen un pequeño descanso para las piernas pero no así para nuestros cuerpos, que son rodeados a los pocos minutos de bajarse de la bici por decenas de críos que miran, gesticulan y ríen cada vez que alguno osa en estirar de los pelos de nuestras velludas piernas.
Tratamos de dar el esquinazo al denso tráfico y buscamos caminos alternativos. En uno de estos, nos topamos con un grupo de jóvenes jugando al volley-ball. No nos hacemos de rogar cuando nos invitan a jugar y enseguida todo el pueblo se reúne para ver en directo el Euskadi-Mekong. Niños y mayores se destornillan de la risa cada vez que el balón se acerca a las manos de Curtis (un tío de 1,90cm en el Sur de Vietnam no debe ser muy común). Mientras tanto, el banquillo visitante es asaltado por las mujeres del lugar ofreciendo algún retoño y estirando fuertemente de nuestras largas narices a fin de comprobar que éstas, están realmente pegadas al resto de la cara.


La carretera que discurre paralela al gran río nos lleva hasta Chau Doc (frontera con la vecina Camboya). Durante los cinco días de pedaleo nos hemos cruzado con cantidad de barcos cargados de arroz, bananas, etc, y parece una idea sugerente realizar el camino de vuelta a bordo de alguno de estos.
Tras una pequeña visita al monte Sam (único paraje elevado de la región) y disfrutar de unas estupendas vistas del Delta, nos dirigimos a lo que por entonces nos parecía una empresa fácil: encontrar un barco que nos baje por el río.

La barrera del idioma nos lleva de nuevo a jugar al dicciopinta: -Un barco, seis bicis, seis muñecos, donde estamos y dónde queremos llegar-. Todo parece de lo más sencillo pero no lo es.
Después de varias horas de negociación, Guau, que por entonces empezaba a ganarse el sobrenombre de “el conseguidor”, logra un barco y un precio razonable. Una relajante jornada navegando nos devuelve ya de noche a Cam To. Dejamos el poblado Delta, sus múltiples artes de pesca, sus mercados flotantes y regresamos a Saigón.
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